
Vivo en una ciudad fácil de amar por su belleza y, al mismo tiempo, sencilla de odiar por su caos y su frenesí. Llevo aquí más de una década y hasta hace pocos meses usaba mi coche para desplazarme de casa al trabajo y viceversa, cada día, 20 días al mes, 11 meses al año. La huella en el planeta de un tal gesto os podéis imaginar cuán importante era.
En los últimos meses, mi vida ha dado un vuelco importante y los cambios en mi rutina han sido paralelos a un paso más en mi evolución interior que se ha traducido en una mayor sensibilidad hacia el medioambiente y el respeto de la naturaleza.
Decidir dejar el coche aparcado y aventurarse en la “misión imposible” que puede llegar a ser el hecho de depender de medios de transporte públicos en una ciudad donde la eficiencia de tales medios brilla por su ausencia ha sido todo un reto personal. El paso de 100% coche privado a 100% transporte público ha sido gradual. En una primera fase, continué usando el coche para desplazarme hasta la estación de metro más cercana; pero no me costó mucho decidir dar el paso definitivo cuando después de varios días en los que tardaba más de media hora en encontrar un aparcamiento me dije que habría sido la última vez que “tiraba” así mi tiempo.
En conclusión, después de varios meses de 100% usuaria de transporte público en una capital europea donde tal servicio funciona en modo precario, por decirlo en un modo eufemístico, los beneficios que he encontrado han sido los siguientes (en orden casual, aunque yo no crea en las casualidades ☺):
• Motivación para levantarme antes cada mañana: El primer autobús que tengo que coger pasa solo cada 20 minutos si tengo suerte, así que si pierdo el que me viene mejor por la mañana, llegaría demasiado tarde al trabajo. Cuando no dependes de un horario específico, funciona la regla de “los cinco minutos más de despertador”. Este no es mi caso ahora. ☺
• Aprovechar el tiempo: Paso una media de 160 minutos diarios cada día entre autobús y metropolitana. ¡160 minutos, 9600 segundos diarios! Demasiados para desaprovecharlos conduciendo o bloqueada en kilométricas caravanas urbanas. Esos minutos, ahora los destino a una de mis pasiones: la lectura. Y las mañanas se han convertido en uno de los momentos más agradables del día.
• Eliminar el estrés. Pasar todos esos minutos al volante o bloqueada en el coche en medio de una jungla de personas estresadas que intentan llegar a tiempo al trabajo, no es lo más saludable como elección. Ahora aprovecho para intercambiar algunas palabras con los demás viajeros del autobús, durante mis pausas de lectura eso sí.
• Reducir la contaminación: Si más personas usaran el medio de transporte público, menos coches privados habría en circulación lo que se traduciría en un menor impacto ambiental. Simplemente, quiero contribuir con mi granito de arena.
• Reducir el gasto anual: Un abono válido 365 días al año en cualquier medio de transporte de la red pública urbana cuesta 250€ aquí donde vivo. Y el gasto termina aquí. Por el contrario, usando el coche, la cifra anual era seguramente mucho más alta considerando gasolina, gastos de aparcamiento, desgaste del vehículo y manutenciones varias debido al mayor número de kilómetros recorridos.
En definitiva, Roma, mi ciudad adoptiva, no es el mejor lugar para moverse en transporte público cuando tienes exigencias de horarios; pero puede ser suficiente concentrarse en los aspectos positivos para obtener grandes beneficios de algo de los que muchos se quejan y resaltan solo aspectos negativos.
¡Todo es según el color del cristal con el que se mire! ☺
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